Planeta, 2000.235 páginas
A pesar de tener fecha de publicación el año 2000, esta novela nos ha llegado recién el 2007 a Chile, y según la evolución de sus obras, bien parece situada en ese año, pues es de las obras en las que se aventura a cambiar el escenario histórico por otro: uno que combina lo futurista con lo onírico, en que hábilmente combina escenarios que se asemejan a lo prehistórico, con el devenir político de un país que podría ser cualquiera de la Latinoamérica actual; de hecho, la tercera parte se llama Argentina Sono Fin, en abierta alusión al folclor político allende Los Andes.
Andahazi tiene la virtud de escribir muchos libros, tener temáticas predilectas y cada tanto variar y proponer un tema diferente, como ya pasó con Errante en la sombra (reseñada en el N° xx de Mensaje). Acá abandona el medioevo y los siglos anteriores para pasearse por un propio siglo XX que puede sernos tan vívido al recordar cómo se construyen los caudillismos y las culturas de los países sudamericanos. Y lo hace desde un lenguaje lleno de frutos, ya no solo de flores, donde algunos podrían pensar que se trata de un ejercicio de imágenes y comparaciones metafóricas permanentes, pero que insiste y perfecciona hasta el paroxismo, partiendo de una apertura de tres páginas que no dejará tranquilo al lector hasta culminarlas, y paseándose luego por una fantasía que recoge con elegancia la herencia mágica de García Márquez para establecerse por sí mismo como dueño de ese idioma vivo.
La historia avanza a buen ritmo y los personajes son un espacio para recordar nuestra historia Latinoamericana. Los escenarios son simples, pero llenos de fantasía y el lenguaje es especialmente atractivo para quienes buscan un idioma brillante, latente, potente. Nadie quedará condenado al cepo de la indiferencia
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