viernes, 24 de diciembre de 2010

El tartamudo, Abelardo Sánchez León


Ed. Alfaguara, Lima, Mayo 2002

Interesante manera de conocer algo de Perú es leer El tartamudo. Tanto su recorrido temporal entre 1959 y 1984, como su deambular por las clases sociales y el tránsito de quienes viven una realidad que no es eterna y se asemeja mucho al equilibrio precario, muestra un interesante panorama del mundo que se construye en la mente de un ciudadano reconocible en la calle, con un intenso devenir interno que mana de una tartamudez que nos hace entender el porqué de tanta reflexión, y tan poca palabra en la vida social.  No me refiero a un libro del que se sale sabiendo más nuestros vecinos del norte, sino a la manera en que un peruano concibe la realidad, en reflexiones que pueden nacer de sociedades con condiciones y evoluciones similares a los que viven muchos chilenos, pero cuyo camino de vida se torna universal y literariamente reconocible.
Un quinceañero algo retraído que se cobija más de lo normal en los recuerdos y juegos más entretenidos de su niñez, debe tratar de hacer su vida entre un grupo de amigos de veraneo intenso, donde conoce a una estupenda muchacha de la que parece que se enamora. De su vida que sigue con la muerte de su madre y su paso por París, ese resabio de contacto con la muchacha sigue siendo un asunto que pena en lo más profundo, pero que bien disimula con sus años de silencio a cuestas.
Pero su paso por París no monta el clásico escenario bohemio y romántico que tantos escritores no franceses han creado de esa ciudad; su vida parisina la realiza con varios de sus amigos y conocidos de infancia, pero dedicado a su labor de cafiche con algunas prostitutas de su jefe, vida al día sin proyecciones ni futuro cierto.  Es este el momento en que el equilibrio precario se rompe, como la concreción de las expectativas de su espíritu eternamente a medio filo, donde se ve una de las pocas ocasiones en que el protagonista es el real motor de su devenir. El resto de la historia es la continuación del statu-quo que es su existencia, siempre con más reflexión que acción.


Muchas veces uno no comprende porqué los otros desarrollan características de personalidad tan complejas, o difíciles de entender. Son pocas las posibilidades que tiene el ser humano de introducirse en la mente de otra persona, seguir sus razonamientos, llegar a entender su sentido común y su experiencia. Son pocas las veces en las que la empatía se puede desarrollar tan profundamente desde parámetros tan ciertos. Por eso es que la experiencia de leer El tartamudo es interesante, porque aunque no empaticemos con Monty, hay datos ciertos que nos pueden hacer conocerlo como protagonista desde la perspectiva más íntima, desde sus propias obviedades.

Cómo ser buenos, Nick Hornby


330 páginas, Compactos Anagrama
Traducción de Jesús Zulaica

Para quienes están acostumbrados a una literatura en la que el autor se da la muñeca para escribir como escritor, esta pieza puede resultar aburrida o una gran novedad, pues más que escrita, es una historia que está contada, tal como si tu amiga se sentara frente a ti y compartiendo un café, te cuenta sus problemas. Podrías perfectamente ponerle voz a esta historia y terminarías reconociendo a alguien que te cuenta lo que le sucede: una reflexión de hoy, muy propia del avance de nuestra sociedad de trabajo agobiante, de nuevas responsabilidades que derivan de nuevas libertades individuales que nos hacen cuestionar diariamente cómo estamos educando a nuestros hijos, o cómo la vida diaria se encarga de hacerlo por nosotros los padres, mientras estamos absortos viendo cómo la sociedad no para de sorprendernos con sus respuestas.
Pero esta no es una novela aburrida o que pretenda enseñarnos cómo ser buenos, sino que es una historia de alguien que vive ese intento arrastrando a su familia en ello. David, un muy ácido columnista de crítica social en un diario londinense está en plena crisis matrimonial y en medio de su furia profesional conoce a un sanador iluminado, Good News, que con solo imponerle las manos en la espalda le quita un gran dolor físico, destapando una sensibilidad nunca antes vista en él. Desde ese momento en adelante, David cambia totalmente su conducta y se enfrasca en una épica batalla por ser bueno, arrastrando a su mujer y su familia en una serie de cambios que la desestructuran. La narradora, médico psiquiatra que ve en su profesión un paradigma de servicio comunitario y bien hacer a los demás, nos cuenta con gran claridad emocional cómo sus ideas acerca de lo que está bien y mal son puestas en juego y muchas veces vulneradas por las circunstancias, apareciendo como víctima de circunstancias que, como siempre, son más fuertes que ella.
Es una historia con el mérito de tener un lenguaje muy liviano, muy de acuerdo a lo pedestre de la realidad vivida, y que acerca el drama vivido por la narradora hacia los lectores. Sin ánimo de ser peyorativo, se puede concluir que es un excelente libro para regalar a alguien que lea poco: no requerirá de grandes esfuerzos por seguir la historia, y tendrá una fuente de suave humor que arrancará varias sonrisas.

Reseña publicada en revista Mensaje

El Príncipe, Federico Andahazi



Planeta, 2000.235 páginas

A pesar de tener fecha de publicación el año 2000, esta novela nos ha llegado recién el 2007 a Chile, y según la evolución de sus obras, bien parece situada en ese año, pues es de las obras en las que se aventura a cambiar el escenario histórico por otro: uno que combina lo futurista con lo onírico, en que hábilmente combina escenarios que se asemejan a lo prehistórico, con el devenir político de un país que podría ser cualquiera de la Latinoamérica actual; de hecho, la tercera parte se llama Argentina Sono Fin, en abierta alusión al folclor político allende Los Andes.
Andahazi tiene la virtud de escribir muchos libros, tener temáticas predilectas y cada tanto variar y proponer un tema diferente, como ya pasó con Errante en la sombra (reseñada en el N° xx de Mensaje). Acá abandona el medioevo y los siglos anteriores para pasearse por un propio siglo XX que puede sernos tan vívido al recordar cómo se construyen los caudillismos y las culturas de los países sudamericanos. Y lo hace desde un lenguaje lleno de frutos, ya no solo de flores, donde algunos podrían pensar que se trata de un ejercicio de imágenes y comparaciones metafóricas permanentes, pero que insiste y perfecciona hasta el paroxismo, partiendo de una apertura de tres páginas que no dejará tranquilo al lector hasta culminarlas, y paseándose luego por una fantasía que recoge con elegancia la herencia mágica de García Márquez para establecerse por sí mismo como dueño de ese idioma vivo.
La historia avanza a buen ritmo y los personajes son un espacio para recordar nuestra historia Latinoamericana. Los escenarios son simples, pero llenos de fantasía y el lenguaje es especialmente atractivo para quienes buscan un idioma brillante, latente, potente. Nadie quedará condenado al cepo de la indiferencia